lunes, 18 de enero de 2010

RUMANIA Y CHILE

Los testigos chilenos de la Revolución que generó la muerte de Nicolae Ceaucescu

Cuando se cumplen 20 años de la ejecución del dictador rumano Nicolae Ceaucescu y su esposa Elena, un grupo de rumanos avecindados en Chile y chilenos que vivieron bajo el régimen de Bucarest relatan detalles desconocidos de la Revolución Rumana y de los desconocidos contactos del dictador con América Latina, incluyendo el fracaso de su viaje a Chile

Por Carlos Saldibia.


En octubre de 1989, el obispo ortodoxo de la ciudad de Timisoara, Lazlo Tokes, férreo crítico del régimen de Ceaucescu dio una inusitada entrevista a la TV rumana. En ésta dijo que “los abusos contra los derechos humanos eran responsabilidad del Departamentul Securitate Statului, el servicio secreto. Tras el incidente, el presidente Nicolae Ceaucescu ordenó su deportación con fecha 15 de diciembre. Pero la tarde del cúmplase más de 5000 universitarios rodearon la casa del pastor luterano para impedir a la policía secreta su arresto. Al evaluar que la masa de disidentes coreaba el himno “Despierta rumano”, prohibido desde 1947 y consignas contra el gobierno, se ordenó ametrallar a la multitud de jóvenes y arrojar gases tóxicos dejando muertos cuyas cifras oscilan entre 1.000 y 10.000, así como también cerca de 4000 heridos.

Así lo recuerdan tres rumanos radicados en Chile, nacidos bajo la dictadura de Nicolae Ceaucescu. Uno de ellos es el ingeniero en minas Atilla Stainer, entonces un estudiante de la Universidad Tecnológica de Timisoara, quien estaba apenas a 300 metros del lugar de la tragedia. “La noche del 16 de diciembre estaba con mis compañeros en una hospedería de la Universidad y supimos que había una protesta. De pronto sentimos disparos y fuego de artillería, gritos y humo como si fuera una guerra. El Hospital Regional no daba abasto para los más de 2000 heridos”, señala a El Mercurio desde Copiapó.

Aquel enfrentamiento entre manifestantes y las Fuerzas Armadas duró tres días y el número de víctimas hizo que los militares se revelaran contra Ceaucescu, el cual junto a su esposa, Elena, fue ejecutado para la Navidad de 1989, tras 26 años en el poder

No está claro lo que ocurrió la tarde del 16 de diciembre cuando la policía se presentó ante la casa del el reverendo Laszlo Tokes, un defensor de los derechos civiles y de las minorías étnicas, pero en cuestión de horas más de 10.000 manifestantes se enfrentaron a tanques y a las fuerzas de seguridad del Ejército. Oficialmente, las tropas de Ceaucescu abatieron sin piedad 1104 a hombres desarmados, mujeres y niños y dejaron a 3700 personas heridas. La debacle popular se extendió a Bucarest el 21 de diciembre y Ceaucescu con su esposa trataron inútilmente de huir del país, pero una asamblea reunida frente al Palacio del Pueblo y exigía su cabeza.

Mientras buscaba asilo en embajadas de Checoslovaquia, Cuba, Corea del Norte y América Latina, la pareja fue capturada por su propia policía secreta que dirigía entonces el general Iulian Vlad que junto al Ejército Popular se alineó con los manifestantes. En la víspera de la Noche Buena se formó un gobierno provisional al mando del ex canciller, Corneliu Manescu, que ordenó un juicio sumario televisado contra el matrimonio Ceaucescu. Tras dos horas de proceso, el tribunal los sentenció a muerte por fusilamiento bajo una serie de cargos, entre ellos genocidio. Horas después los noticieros de TV exhibieron sus cadáveres acribillados por las más de 30 balas en el caso de Elena. En el paredón Ceaucescu exclamó “¡Viva la República Socialista de Rumania. La Historia me vengará!”. Acto seguido, murió cantando el Himno de la Internacional. Elena le susurró: “¡juntos luchamos, juntos moriremos!”.

Testigos nacionales de la era Ceaucescu

El literato y traductor valdiviano Omar Lara, llegó exiliado a Rumania en julio de 1974.
Ahí se amistó con Marin Sorescu, un Neruda rumano, (autor del poema Casa bajo Vigilancia) y tradujo varias de sus obras para España y México. También conoció a dramaturgos como Eugen Jebeleanu a quien llegó por recomendación de Matilde Urrutia y en la Universidad de Bucarest se graduó en Filología. “Partí a Rumania como pude haber ido a Singapur o Londres. Conocía algo de literatura rumana, había dictado un curso sobre Mircea Eliade, el escritor que hablaba nueve lenguas, a quien conocí en París. Mis primeros meses en Bucarest fueron confusos y dolorosos. No entendía nada, solo quería era regresar a Chile. No podía, tenía una L en mi pasaporte”, cuenta.

A diferencia de los chilenos que habitaron la RDA y tuvieron problemas con la Stasi, Lara relata que aunque trabajó en editoriales con escritores disidentes, como Ion Caraion, Mihai Cantuniari y Victor Ivanovici no tuvo inconvenientes con la Securitate. “Sí, percibí miedo y frustración principalmente porque era muy difícil salir del país, algo que para los escritores o artistas rumanos era una situación muy sensible. Muchos chilenos, políticos de larga tradición partidaria salieron de Rumania, prácticamente huyeron y magnificaron los problemas internos. Para ser acogidos en otro país debían demostrar que eran perseguidos. No fue mi caso. Allá nació una hija mía, y la atención hospitalaria fue respetuosa y adecuada. No era la Clínica Santa María, pero podía ir la gente común y corriente. Nunca supe de alguien atendido en las escaleras o en un pasillo insalubre. Rumania, evidentemente, era de los países menos desarrollados del mundo socialista. Ceaucescu no era amigo de Moscú y pienso que los peores errores del llamado socialismo real se produjeron en Rumania, el culto a la personalidad por ejemplo”, afirma Lara.

Una versión más cruenta del régimen tienen los rumanos llegados a Chile. “En 1971 tomó medidas enérgicas contra cualquier disidencia política y cultural. Tras el terremoto de 1977, los salarios reales cayeron. Con o sin tarjeta de racionamiento escaseaban los alimentos, el petróleo y la electricidad. En un momento había sólo dos horas de electricidad al día. El resentimiento estalló tras el forzado programa de reasentamientos de campesinos en viviendas colectivas de 1988, que significaba la destrucción de unos 8.000 pueblos”, recuerda Mariana Jopovick desde Osorno.

Según los rumanos el culto a la personalidad del líder supremo era comparable a la propaganda desplegada por Stalin, Saddam Hussein y el amado líder Kim Il Sung en Corea del Norte. “El control del Estado era total, se podía ir al extranjero solo con permiso una vez cada dos años. Por doquier había estatuas y afiches de Ceaucescu, y aparecía en la TV a diario dando discursos. Hasta los años 80 las cosas funcionaban más o menos bien, a pesar de que Ceaucescu se opuso a la invasión rusa de Checoslovaquia. Pero el mercado natural de Rumania era la Unión Soviética, la cual a partir de 1980 dejó de comprar porque nuestra tecnología quedó obsoleta”, señala el ingeniero rumano Atilla Stainer.

Este testigo privilegiado de la masacre de Timisoara cuenta que varios de sus compañeros de la Universidad que eran iraquíes e iraníes –becados por el gobierno- acudieron en ayuda de los miles de heridos desplazándose entre las balas y rescatando heridos, ya que muchos tenían experiencia en zonas de combate debido a los ocho años de guerra entre Irán e Irak. “Los ametrallamientos deben haber durado tres días. Cuando salimos al centro vimos la ciudad destruida, la sangre y los impactos de ametralladoras en los edificios del barrio”, recuerda aún afectado Stainer.

No obstante, el cenit de la represión llegó con los años ochenta. En el invierno de1981 el matrimonio de Ioana y Florin intentó huir de la dictadura rumana. Llegaron a la frontera con Hungría con la intención de radicarse en Austria. Él había hecho su servicio militar obligatorio en esa frontera y la clave de la operación era que conocía la hora exacta del cambio de guardia nocturno, lo que les facilitaba el cruce ilegal. Sin embargo, al llegar al borde ella entró en pánico. En el lugar Ioana decidió regresar por temor a que su hermana, sus sobrinos y sus padres fueran reprimidos. Los niños serían expulsados de la Escuela y los ancianos serían severamente interrogados por la policía política. Florin resolvió cruzar solo, y acabar con su amor. Regresó a Bucarest solamente tras la ejecución de Ceaucescu y su esposa. Ioana tuvo que divorciarse de él en ausencia para no seguir acosada por los agentes del estado que la visitaban. Así relata el drama de su tía la periodista y diplomática rumana Carmen Baum.

Los nexos de la Securitate con Chile

EL 29 de agosto de 1973, el presidente Ceaucescu, entonces de 53 años, aterrizó en el aeropuerto internacional de La Habana siendo recibido por Fidel Castro y hermano Raúl. El viaje era su primera escala en una gira de 32 días que culminaría en Chile, cuya agenda la había organizado el jefe de contrainteligencia de la Securitate, general Ian Hihoi Pacepa, que cinco años más tarde desertaría asilándose en Estados Unidos.

El presidente rumano iba acompañado de su esposa Elena, miembros del Comité Ejecutivo del gobierno, el Canciller Ion Macavescu y la ministra de Petróleo Mircea Malita. Su extensa gira lo traía a un recorrido por Ecuador, Colombia, Venezuela, Brazil, Argentina y Chile con el objetivo de desarrollar un mayor intercambio de comercio exterior y buscar nuevas abastecedores de materias primas de para industria rumana. Sin embargo, no pudo llegar a Chile el 20 de septiembre de 1973 como estaba previsto por el calendario que la Securitate le había confeccionado

Elena Petrescu, conocida popularmente como la Dama de Acero y Madame CO2, era doctora en química y ostentaba el cargo de vice primer ministra, el segundo en relevancia después de su esposo. “Era una mujer de origen muy humilde, muy distinguida y poderosa. Se le acusa de haber fabricado gas mostaza para envenenar enemigos del régimen y de experimentos con rayos X y de sistemas de control de natalidad”, señala un exiliado chileno que conoció la KGB.

La mujer mantenía una amplia red de contactos en América Latina era miembro honorario del Colegio de Ingenieros Químicos de Costa Rica y profesora concurrente del Instituto Ecuatoriano de Ciencias Naturales y de la Universidad Nacional de Lima.
Según relata en sus Memorias el desertor Ian Mihoi Pacepa, Madame CO2 tras su visita a Cuba entablo estrecha amistad con Vilma Espín, la esposa de Raúl Castro, que también era doctora.

“Elena no quería ser una figura limitada como su amiga Vilma Espín o las esposas de los viejos gobernantes de la URSS, Alemania del Este y Albania. En 1973 los esposos Ceaucescu visitaron Perú, gobernado bajo la dictadura de Velasco Alvarado. Pero los Ceaucescu tuvieron que cancelar su visita a Chile por el golpe militar que sufrió Salvador Allende en septiembre. No obstante, el régimen rumano no tuvo inconvenientes en reconocer al gobierno anticomunista de Augusto Pinochet, una de las dictaduras más brutales del Tercer Mundo”, relata el ex general rumano, quien además compara a Madame Ceaucescu con el legendario Conde Drácula de Transilvania, ya que para muchos ella también se alimentó de la sangre del pueblo de Rumania. La primera dama también habría mantenido buenas relaciones con Isabel Perón, a quien visitó en Buenos Aires el 5 de marzo de 1974.

RECUADRO
El servicio secreto rumano

El Departamentul Securitate Statului conocido popularmente como la Securitate es considerado, en proporción a la población rumana, el más grandes y brutal de los organismos de seguridad de la Europa del Este. “En 1960 la Securitate mantenía 25.468 empleados. Bajo el régimen de Ceauşescu, empleaba a unos 11.000 agentes operativos a contrata y un millón de informantes de informantes para de 20 millones de personas, era un exceso”, señala hoy un chileno entrenado en la KGB que conoció en el organismo.
La Securitate fue fundada en 1948 por el Decreto 221/30 de la Presidencia con la ayuda de la policía soviética y el Departamento de Contrainteligencia de la KGB. En los años 80, lanzó una campaña masiva para acabar con la disidencia y las deserciones de sus habitantes empleando asesinatos clandestinos, campañas de propaganda a favor de Ceaucescu y fomentando la censura, la humillación pública de disidentes, a los artistas e intelectuales.“Sus agentes entraban a las casas y oficinas, instalaban micrófonos, intervenían los teléfonos, el correo, los fax internacionales y las comunicaciones por télex. Sus métodos eran muy similares a los de la Stasi y el KGB”, asegura un contacto rumano. En 2010 se emplazará en la ciudad de Scornicesti, una estatua de mármol blanco de tres metros de altura, junto a la Casa Museo donde nació Ceaucescu. Ambos proyectos son promovidos por Emil Barbulescu, un sobrino de dictador.

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